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Heather Dewey-Hagborg y sus extrañas visiones en el ADN: “Me impresiona cómo vamos dejando rastros genéticos sin tomar conciencia de ello”

  • La “artista de la información” estuvo en La Boca y expuso sus hallazgos del ADN alojado en pelos, colillas de cigarrillos y chicles.

  • Con esos datos es capaz de recrear rostros.

  • Además, está trabajando con una persona que está esperando su ejecución en una cárcel de Texas, está en el "Corredor de la muerte”: "Mi objetivo es mostrar que existe una argumentación genética acerca de la violencia, que no es ciencia ficción sino algo que está pasando en los tribunales, en los juicios, ahora".


Esculturas a partir de una cadena genética. La artista neoyorquina participó del programa “Presente continuo”, en Andreani. Foto: Martin Bonetto.
Esculturas a partir de una cadena genética. La artista neoyorquina participó del programa “Presente continuo”, en Andreani. Foto: Martin Bonetto.

Clarín, 10 de junio de 2025.- Es el año 2012 y Heather Dewey-Hagborg, una joven artista neoyorkina sale a la calle después de su sesión de terapia. Algo ha pasado durante la hora que estuvo acostada en el diván del analista, una especie de revelación y que derivará en una de sus muestras más paradigmáticas: Stranger Visions. Compuesta por un conjunto de máscaras en 3D, los rostros que allí se exponen fueron creados a partir de la recolección azarosa de ADN en la calle: chicles masticados, colillas de cigarrillo y pelos entre otros elementos. Al observar esas caras, es imposible no preguntarse por la identidad ¿Cómo se define? ¿Qué materiales, circuitos y relatos nos constituyen? ¿Puede la genética decir quiénes somos o quién podríamos ser?


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Tres años después, estas preguntas volverían a insistir en Radical Love, una obra dedicada a Chelsea Manning, una ex soldado del ejército norteamericano que, al denunciar abusos en la guerra contra Afganistán, fue condenada a 35 años de prisión. Nacida con el nombre de Bradley, inició su transición sexual en la cárcel. Cuando su caso se hizo público, Dewey-Hagborg advirtió que nadie conocía su rostro y fue por eso que se contactó con ella. Le pidió que le enviara muestras de ADN y con ese material elaboró 30 posibles caras.


Invitada, a mediados de mayo, por la Fundación Bunge y Born y la Fundación Williams, para formar parte de “Presente continuo”, un programa que invita a artistas de todo el mundo a analizar y discutir el arte en un mundo atravesado por la tecnología, Dewey-Hagborg dio una masterclass en la Fundación Andreani y un taller intensivo para los 24 becarios de distintos puntos del país que participan del programa. Revista Ñ habló con ella sobre estas relaciones en general y sobre algunos de sus trabajos en particular.


–¿Cuál fue la pregunta que dio origen a Stranger Visions?


–Un día, mientras estaba en terapia, acostada en el diván, me puse a mirar un cuadro colgado en la pared; el vidrio estaba rajado y en la fisura había un largo pelo negro enganchado en él. Estuve toda la sesión pensando en la persona que había dejado rastros sin siquiera saberlo, y cómo esto se relacionaba con las tecnologías de vigilancia. Cuando salí a la calle empecé a ver colillas de cigarrillo, gente que escupía en la calle, o que se cortaba las uñas en el subte y las dejaba tiradas en el piso. Me impresionaba la manera en la que vamos dejando rastros genéticos sin tomar conciencia de ello. No pude evitar preguntarme qué podemos aprender de alguien en base a su ADN. Justo en ese momento había abierto Genspace, el primer laboratorio comunitario del mundo. Lo primero que hice fue anotarme en un curso rápido para extraer ADN. Allí aprendí a diferenciar cuáles de los genes que habíamos obtenido podían servir para decir algo de la apariencia física, los rasgos y otros datos de las personas. Así, combinando eso con mi formación como programadora, e incorporando los sistemas de reconocimiento facial, armé un modelo que me permitió crear códigos y a partir de ellos, pude generar rostros.


–¿Eso significa que esas caras no son reales, sino elecciones que hiciste entre múltiples posibilidades?


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–Sí, es muy subjetivo. Yo elegí caras que me hicieran sentir algo, que me inspiraran algún sentimiento o que me recordaran a alguien. Como te dije antes, yo, en ese momento estaba muy interesada en el problema de la vigilancia, la privacidad de los datos genéticos y mi objetivo era que la gente tuviera conciencia de eso. La muestra que tomé de Stranger Visions era reducida, eran pocos ADNs. En el caso de Chelsea Manning me propuse trabajar al revés: decidí hacer 30 retratos a partir de su ADN. De esa manera, yo continuaba el trabajo de Stranger Visions planteando lo opuesto. La idea era desafiar y cuestionar los estereotipos: mostrar que tenemos mucho más en común que lo que nos distingue. Somos 99,99% parecidos y nos enfocamos en lo que nos hace diferentes. El ADN de Chelsea Manning se convirtió en una especie de tela donde yo podía proyectar diferentes identidades. En este caso, mi trabajo estaba más enfocado en mostrar los límites de la genética para definir las identidades. Creer que podríamos predecir cómo es una persona a partir de su ADN es muy limitante, en el mejor de los casos, y en el peor, podría ser usado por la policía para hacer perfiles raciales y así perseguir a ciertas personas de manera preventiva.


–¿Existen investigaciones científicas que se enfocan en predecir posibles actos criminales a partir de su información genética?


–Sí, en la actualidad me estoy enfocando en el perfilado de los comportamientos de las conductas. Hay unas cuantas cosas preocupantes. Existen investigaciones que tratan de predecir la violencia, la depresión, y hasta la inteligencia. Es como si por mirar tu ADN yo pudiera decir “vos vas a poder hacer un doctorado y vos no vas a terminar el colegio primario”. Creo que intuitivamente diríamos que es muy limitante, porque ni siquiera sabemos lo que significa. Pero en el fondo aparece la insistencia de demostrar que somos previsibles, limitados y así limitar nuestras posibilidades. Y aunque como te decía antes, muchos científicos están interesados en conversar y debatir, en general tienden a darle una importancia preponderante a los genes y no toman en consideración otras variables relacionadas con el medio ambiente, el contexto y todo elemento social.


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–¿Cómo estás llevando a cabo esta investigación?


–Estoy trabajando con alguien que está esperando su ejecución en una cárcel de Texas, en lo que llaman “Corredor de la muerte”. El cometió el crimen, eso es un hecho, sin embargo, me interesé en su caso a partir de los argumentos que usó la defensa en el juicio. Los abogados esgrimieron que esta persona tenía una predisposición genética a la violencia y esto, en lugar de exonerarlo, lo terminó de condenar. Me interesa mostrar cómo la genética ya está siendo usada en los tribunales. Mientras tanto, yo me estoy reuniendo con él, y trato de registrar con sus propias palabras lo que le pasa, qué significó para él este tipo de argumento. De alguna manera, él siente que esta “condena genética” erosiona su humanidad.


–¿Con qué medios estás trabajando?


–Es un trabajo en curso pero creo que va a ser una performance donde se escuchen sus palabras, su voz. Estoy pensando en una instalación de video donde muestro su celda, su vida cotidiana, las entrevistas. Hablamos mucho sobre el libre albedrío frente a la determinación genética. Tiene 30 años y lleva 7 años preso. Cometió un crimen horrible y se siente muy mal al respecto y está tratando de convivir con este crimen. Nadie dice que debería estar libre, pero que eso lo condene a muerte es otra cosa, el acto de señalar a alguien y pedir su ejecución, ese es el problema. Mi objetivo es mostrar que existe una argumentación genética acerca de la violencia, que no es ciencia ficción sino algo que está pasando en los tribunales, en los juicios, ahora. No se adónde me va a llevar esto. Mi idea es que las personas tengan la experiencia personal de escucharlo. Como sabés, la pena de muerte es legal en la mitad de los estados de EE. UU. y ni siquiera está en la agenda su discusión.


–Las advertencias de Stranger Visions acerca del modo en el que vamos dejando rastros de nuestra intimidad ¿no se contradicen con la exposición voluntaria de la intimidad en las redes sociales?


–Si, pero acá vale preguntarse qué es invasivo y que no. Por ejemplo, la gente usa un motor de búsqueda como si fuera una herramienta privada. Tipean cualquier tipo de preguntas, buscan cosas muy íntimas que ni siquiera compartirían con sus parejas y lo hacen sin advertir que ese historial queda registrado en esas grandes empresas de tecnología. No es lo mismo lo que yo encuentro en el ADN que lo que esa persona está dispuesta a contar de sí, aunque en ambos casos se trate de su intimidad. En su ADN hay cosas que ni ellos conocen. Lo que se muestra en línea es un personaje y una imagen previamente curada (incluso en estas búsquedas secretas); en cambio, el ADN cuenta historias más subterráneas. El ADN te da información sobre tus antepasados, tus ancestros. A través del ADN la gente se entera de sus antecedentes migratorios, datos que, tal vez, no querrían saber: separaciones forzosas, esclavitud, familias que han quedado separadas. En los EE. UU. la mayoría de las personas no conoce su árbol genealógico. Lo interesante es preguntarse por qué queremos tener una versión científica de nuestra historia. Nosotros miramos nuestro ADN y nuestra genética como si fuera la regla de oro. Y esto creo que tiene que ver con el rol que ha ocupado el ADN en las investigaciones criminales. Porque el poder de la identificación es muy fuerte, pero eso no significa que todo lo que dice el ADN tenga misma importancia o validez.


Heather Dewey-Hagborg se pregunta: "¿Cuando nos hacemos un estudio médico, nos sacan sangre o nos toman una muestra, ¿qué se hace después con eso? ¿Adónde va esa información?" Foto: Martín Bonetto.e
Heather Dewey-Hagborg se pregunta: "¿Cuando nos hacemos un estudio médico, nos sacan sangre o nos toman una muestra, ¿qué se hace después con eso? ¿Adónde va esa información?" Foto: Martín Bonetto.e

–Stranger Visions es de 2012. ¿Creés que ahora la gente está más consciente de las advertencias acerca de la vigilancia constante?


–Creo que, en líneas generales, nada ha cambiado mucho. Incluso, aunque las tecnologías de vigilancia se hayan perfeccionado, y hay más riesgos, las personas siguen sin tomar conciencia, siguen sin pensarlo. Hace diez años, con el caso Snowden o el de Chassing Manning, la preocupación por la vigilancia era un tema de debate público, pero ahora parece que nos hubiéramos olvidado de eso. La IA parece ser la única preocupación, pero lo cierto es que el aparato de vigilancia sigue creciendo y nuestros rastros genéticos quedan por ahí. Por ejemplo, cuando nos hacemos un estudio médico, nos sacan sangre o nos toman una muestra, ¿qué se hace después con eso? ¿Adónde va esa información? Hace un tiempo mandé una solicitud al hospital donde nací para que me dieran esos datos y la solicitud fue negada con el argumento de “cuidar la privacidad del paciente”. ¿Cuidarla de quién? ¿De sí mismo o de ser usada en su contra? ¿Y de qué manera?

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