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Gerardo della Paolera: “La banca de inversión más importante es la educación, y está en caída"

El director ejecutivo de la Fundación Bunge y Born sugiere, además de reformas económicas drásticas, la creación de un único ministerio de Economía y Educación, con dos viceministros en igualdad jerárquica.


Gerardo della Paolera, economista y director ejecutivo de la Fundación Bunge y Born

Por Inés Beato Vassolo


LA NACIÓN, 8 de abril de 2023.- Gerardo della Paolera camina sobre la alfombra de su despacho, ubicado en la esquina de 25 de Mayo y Lavalle, en pleno centro porteño, y se sienta detrás de su escritorio de madera oscura, estilo inglés. Sobre la mesa se despliegan pilas de papeles, libros, dos pares de anteojos, lapiceras, un teléfono fijo y un monitor.


Della Paolera, doctor en Economía, dice que encuentra orden en el desorden. Para demostrarlo, juega a sacar un papel del montículo y, sin darlo vuelta, anticipar su contenido. Cuenta que esas cuatro paredes fueron su refugio durante la pandemia, y que este edificio patrimonial fue donado a fines de los años 90 a la Fundación Bunge y Born, que él dirige, por el grupo empresarial del mismo nombre.


“La fundación no depende en absoluto de la empresa [ahora Bunge Argentina, subsidiaria de Bunge Limited]”, afirma. De nuevo de pie, sorteando una mesa circular en la que descansa otra decena de libros de economía, invita a La Nación a la sala de reuniones aledaña para reflexionar acerca del rumbo económico del país de cara a las elecciones presidenciales de octubre. Además de sugerir fuertes cambios en cuestiones monetarias y financieras, insistirá en el rol clave de la educación.


Con el mismo énfasis con el que aconseja medidas que –considera– podrían empezar a acomodar las cuentas públicas, della Paolera afirma que, en términos conceptuales, debería existir un único ministerio de Economía y Educación, en tanto ambos temas requieren igualdad jerárquica. “Es la inversión que hay que hacer para no caer en un futuro tremendo”, dice, convencido de que no solo hace falta capital e instituciones que amparen a los inversores, sino, también, “cabezas para explotar los recursos”.


–Estamos cerca de elecciones que podrían representar una nueva etapa en la vida política argentina. Macri renunció a ser candidato y Cristina Kirchner ha dicho que tampoco lo será. ¿Hasta qué punto esta nueva etapa habilitará la posibilidad de dar curso a cambios profundos para sacar a flote la economía?


–Estamos en una situación que yo denomino de “terremoto en cámara lenta”, que es casi peor que un terremoto súbito. Un terremoto con cada vez más distorsiones en la economía, con salarios reales que caen, sin inversores interesados en poner sus dólares en un país cuyas reglas de juego cambian a diario. Se necesita un cambio de 180 grados; reformas de primera generación, rápidas, y estas renuncias a la candidatura podrían alentarlo a través de nuevos actores que entren en el proceso electoral.


–¿Qué tipo de medidas se imagina y con qué orden de prioridad?


–Las medidas que alcanzan el impacto más rápido en un sistema socioeconómico son las de naturaleza monetaria y financiera. En primer lugar, hay que hacer algo con la interrelación entre el Banco Central, el Ministerio de Economía y el déficit fiscal. Estamos teniendo un tamaño de Estado infinanciable; es grande, ineficiente, obstaculiza a la actividad privada y asfixia al sector, al comerse todo el crédito. De manera inmediata al ajuste del déficit fiscal, hay que hacer una reforma monetaria y cambiaria. El peso argentino no cumple con su función de moneda; guste o no, el precio del dólar norteamericano es lo que la gente tiene siempre en la cabeza. La situación es absurda y paradójica, y, por eso, propongo un bimonetarismo, como existía durante la ley de Convertibilidad. El dólar norteamericano debería ser una moneda de curso legal, que el Banco Central no puede emitir, pero que las personas puedan usar para hacer sus transacciones.


–Eso resuena también en los pasillos de la Fundación Mediterránea, que tiene como referente al expresidente del Banco de la Nación Carlos Melconian, en donde se estarían alistando para guiar a la oposición en caso de que asuman el gobierno. ¿Cómo lo imagina usted?


–El bimonetarismo son dos cosas. Una, en vez de impedir que circule el dólar, facilitarlo. Otra, proveer mayor seguridad jurídica para intermediar el ahorro y la inversión; una suerte de sistema financiero “offshore” que permita operar fuera de la ley argentina, que probó en muchas instancias fallar en la defensa de lo invertido, expropiando los fondos de jubilaciones y pensiones o confiscando los ahorros en dólares en 2002. La economía está tan dolarizada que no funcionan los manuales tradicionales. Hacés una devaluación y el argentino sale a comprar dólares porque piensa que se viene otra. Una reforma monetaria no puede negar esta demanda perversa del dólar.


–¿Por qué no han tenido lugar hasta el momento este tipo de reformas estructurales?


–En una economía con tantas distorsiones y con inflación, también hay muchos ganadores. Y si esos ganadores están muy enquistados con el Estado o si tenés a las provincias que dependen de los adelantos del Banco Central, hay un sistema de incentivos en el arco político al que no le conviene tener un escenario de estabilidad.


"Con tantos planes sociales, hay menos incentivos para estudiar. Hay más movilidad social a través de la corrupción y el narcotráfico"

–¿En qué sentido son ganadores?


–Cada vez que tenés un déficit fiscal en las provincias o en el Estado nacional, se extienden las pautas de expansión monetaria, facilitadas por un Congreso que no controla la generación de papelitos y deja al Poder Ejecutivo vía libre para hacer clientelismo. Por eso la Convertibilidad fue muy dura para la clase política, ya que requirió que las cuentas fiscales se pusieran en orden. Había un tipo de cambio fijo, el Banco Central no emitía dinero y la cantidad de pesos solo aumentaba si alguien traía dólares y se hacía de la moneda argentina. No tenías la discrecionalidad de los distintos grupos de intereses, salvo que reventaras la ley, cosa que terminó sucediendo en 2002 [durante la presidencia de Eduardo Duhalde]. ¿Cuándo la Argentina pudo hacer una reforma drástica? Cuando hubo hiperinflación, en 1989 y 1990. Cuando el terremoto ocurrió. Y cuando el terremoto ocurre, es mucho más fácil hacer algo de cero.


–Ahí está la contra del “terremoto en cámara lenta”…


–Hay que hacer énfasis en la docencia para explicar a la población que estas medidas drásticas, que probablemente no tengan un efecto inmediato, son absolutamente necesarias.


–¿Y la sociedad sería capaz de tolerarlas?


–Es que ya una buena parte de la población lo que no tolera es la situación actual. Lo expresan los jóvenes que emigran, los votantes descontentos, la aparición de candidatos antisistema como Javier Milei… La insatisfacción es tan grande con la clase política y con algunos estamentos empresariales y sindicales que muchos ciudadanos estarían dispuestos a aceptar este tipo de reformas, siempre y cuando se trabaje en la credibilidad. Si los actores de la sociedad y los agentes económicos te creen, la recuperación es mucho más rápida porque hay respaldo político.


–¿Qué otros mecanismos podrían desplegarse para dar estabilidad al país, más allá de estas medidas económicas, que también penden de factores fortuitos, como la sequía, que ahora desploma las recaudaciones al igual que lo hizo en 2018, durante el gobierno de Macri?


–Primero, tener previsibilidad jurídica e institucional. Después, para poder aumentar la calidad de vida, tenés que tener el cerebro, la cabeza. Tenemos Vaca Muerta, reservas de litio, la Pampa Húmeda… Se necesita capital para sacarlo a flote, instituciones para cuidar las inversiones y cabeza para explotar los recursos. La banca de inversión más importante del país es la educación, y está en caída. Si proyectamos intergeneracionalmente, sin tomar medidas urgentes, vamos a tener, en 25 años, un stock de capital humano mucho más bajo que el actual.


–¿Cuál es el rol de las fundaciones y de las organizaciones privadas en el impulso de la educación y en la reconstrucción del país?


–Es muy importante. La Fundación Bunge y Born, que hace foco en innovación, tiene incidencia en la agricultura, en el área de humanidades, en ciencia y tecnología, en salud, en sustentabilidad y en educación. En este último caso, se piensan prototipos y procesos que permitan mejorar la manera de educar. Por ejemplo, tenemos un proyecto en Entre Ríos, llamado Vektor, para enseñar matemáticas a alumnos de zonas rurales a través de juegos y de tablets, que confirmó ser más eficiente que la educación tradicional. Son procesos llamados “de intervención”, en los que se exploran distintas formas de enseñar y se calcula su diferencial. Así, las fundaciones pueden mostrar a la sociedad el impacto de esas microintervenciones y abrir camino a que escalen a la política pública.


–Este es un caso puntual, con foco en las escuelas primarias, pero, en general, suelen verse políticas orientadas a una franja de la población adulta que benefician, por ejemplo, proyectos de investigación. Suele decirse que “la educación no da votos” y que, entonces, nadie mira hacia abajo.


–Es más fácil construir autopistas que educar. La autopista la inauguras, la tocás. La evolución cerebral, no; es etérea, hasta percibir sus resultados. No da votos por dos motivos: porque no se ve y porque esas personas no votan. Pero la desigualdad empieza en la educación. Para participar del capitalismo necesitás estar formado. El nivel de argumentación que tenemos los argentinos medios es muy bajo.


–Y no se construye ciudadanía sin educación.


–Exactamente. La educación es un bien público por excelencia, tiene que ser una política de Estado. Yo haría, conceptualmente, un único ministerio de Economía y Educación, con dos viceministros que trabajen de manera conjunta y en igualdad jerárquica. Esa es la inversión que hay que hacer para no caer en un futuro tremendo, con una mochila pesada de generaciones pobremente educadas.


–De su paso por Francia, como rector de la Universidad Americana de París, y por India, como presidente de la organización internacional Red de Desarrollo Global –que fomenta las investigaciones sociales e impulsa proyectos en países en desarrollo–, ¿qué lectura hace de las políticas educativas y qué de ello podría extrapolarse a la Argentina?


–Francia mantuvo siempre una exigencia educativa muy fuerte, con foco en matemáticas y humanidades, un duro examen para salir de la secundaria y otro para entrar a la universidad. Acceder a una carrera profesional es algo muy elitista, en comparación a lo que sucede en la Argentina, pero el ímpetu en el capital humano se traduce en la altísima calidad de algunas empresas francesas. La India es otro mundo, hay más de cien etnias diferentes, 1400 millones de habitantes, 22 lenguas oficiales, y, aún así, funciona como democracia. Lo que yo noté allí es que las familias humildes están plenamente convencidas de que sus hijos van a salir a través de la educación y hacen un gran esfuerzo por mandarlos a colegios privados, por hacerlos estudiar inglés. Es un país que está creciendo, y los padres saben que, si a ellos no les tocó, todavía pueden progresar a través de sus hijos. En un país como el nuestro, que hace años que está bajando, surgen naturalmente dudas de que un hijo pueda salir adelante con educación.


–¿Qué es, puntualmente, lo que les da seguridad a esos padres indios?


–Como el capitalismo en la India es tan dinámico, ven con los ojos cómo el vecino progresa. En tiempos del gobierno socialista del primer ministro Jawaharlal Nehru, la igualdad era perfecta porque todos se morían de hambre; ahora, la desigualdad es marcada porque tienen un capitalismo puro, pero que está sacando gente de la pobreza.


–¿Y qué hay que hacer aquí para que las familias confíen en que la educación es el camino para el progreso?


–Primero, tiene que haber inversión. Cuando se invierte, se aumenta el capital de las empresas y de los lugares de trabajo. Y cuando las familias ven eso, quieren participar del proceso. La tasa de retorno que tiene para el padre que sus hijos se eduquen es altísima. Acá vivís el día a día, no sabés qué te va a pasar, y optás por la satisfacción instantánea en vez de destinar dinero a la educación. Con tantos planes sociales, no es tan fuerte la convicción de que valga la pena hacer un sacrificio para educar; nadie está seguro de que con eso se logre movilidad social. Hay más movilidad social a través de la corrupción y del narcotráfico.


–¿Qué desafíos trae el campo tecnológico a la educación y al mercado del trabajo?


–Esta cuarta Revolución Industrial es mucho más veloz y más disruptiva que la primera. Este ritmo vertiginoso exige un cruce entre la tecnología y las ciencias blandas porque el paradigma es lo que está ocurriendo con la inteligencia artificial, que exhibe el riesgo al fraude y a la desinformación. Hay que promover una educación ética y humanitaria para que las personas consoliden estructuras firmes de pensamiento y de toma de decisiones. Con educaciones de bases sólidas, la entrada a la tecnología no solo te mejora sino que te necesita.


Un economista vinculado a la educación


Perfil: Gerardo della Paolera

  • Gerardo della Paolera es licenciado en Economía por la UCA, doctor en Economía por la Universidad de Chicago (1988) y miembro pleno de la Academia Nacional de Ciencias Económicas. Dirige desde 2016 la Fundación Bunge y Born, enfocada en impulsar la inversión social en las áreas de ciencia y tecnología, educación, salud, sustentabilidad y cultura.

  • Es profesor en la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT) y en la Universidad de San Andrés, y profesor visitante de Política Económica Global en Hungría, en la Universidad Centroeuropea.

  • Fue el primer rector que tuvo la UTDT cuando se fundó, en 1991, cargo que ocupó hasta 2002. También se desempeñó como rector en la Universidad Americana de París y como presidente de la Red de Desarrollo Global, una organización internacional con sede en Nueva Delhi, India.

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