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“La resistencia bacteriana a los antibióticos puede provocar las próximas pandemias"



CLARÍN, 17 de septiembre de 2022.- Hay una verdadera revolución nanotecnológica, invisible para el ojo humano y aún poco difundida. Controlan la materia a nanoescala (la millonésima parte de un milímetro) y sus aportes son claves en el estudio de enfermedades, la industria farmacéutica, alimenticia y energética. Medicamentos para tumores contenidos en “nanoburbujas” logran el mismo resultado con menores dosis, lo que tiene efectos colaterales menores. También con el Covid se hicieron famosos los barbijos creados por el Conicet que incluyen este tipo de tecnología.


María Alejandra Molina es Doctora en Ciencias Químicas y realizó su tesis doctoral sobre “Nanocompuestos basados en hidrogeles inteligentes y nanoobjetos” y viene investigando en la resistencia microbiana en antibióticos y terapias anticancerígenas. Es investigadora independiente del Conicet en el Departamento de Química de la Facultad de Ciencias Exactas, Fisicoquímicas y Naturales de la Universidad Nacional de Río Cuarto (UNRC) y es la flamante ganadora del Premio Estímulo 2022 de la Fundación Bunge y Born.


-Está investigando sobre la proliferación de bacterias resistentes a los antibióticos con nanotecnología. ¿Hay un mal uso de los mismos?


-La problemática de la resistencia antibiótica preocupa en todo el mundo y en cualquier momento es la próxima pandemia. El inconveniente es el uso indiscriminado de antibióticos por tomarlos sin receta, a destiempo, cortando la práctica antes de su ciclo. Y eso lo que genera es que la bacteria genere resistencia y el fármaco deja de servir. Por otro lado, los animales están siendo bombardeados de inyecciones de antibióticos para aumentar la producción, entonces nuestras bacterias empiezan a ser resistentes y todo eso lo estamos consumiendo. Necesitamos resolver esta problemática: ¿cómo vamos a matar bacterias cuando mañana no respondan a ningún antibiótico? Nos vamos a empezar a morir de cosas que ya teníamos erradicadas.


-¿Qué se está haciendo entonces?


-La primera medida salió hace poco con la ley de resistencia antimicrobiana en Argentina que regula el antibiótico sin receta, y es un avance. Lo que estamos haciendo nosotros en el laboratorio es desarrollar terapias para reemplazar los antibióticos usando luz que mata bacterias. Se trata de nanogeles, partículas muy pequeñas de escala nanométrica, que no se pueden ver con el ojo humano y son capaces de absorber una luz y se calientan y de esta manera pueden matar a las bacterias por el shock térmico. El calentamiento en una partícula tan pequeña es mucho más efectivo. Estamos buscando soluciones al antibiótico tradicional.


-¿Estuvo trabajando también en escala nanométrica en terapias anticancerígenas?


-En los años que estuve por una beca en Alemania hice todo un desarrollo en cáncer y ahora desde Argentina colaboro con colegas de allá. Utilizamos unos sistemas muy parecidos a lo que contaba para reemplazar antibióticos en este caso con nanopartículas capaces de liberar una droga anticancerígena. Acá tenemos también el mismo problema de la resistencia a las drogas. Si un cuerpo está bajo quimioterapia las células pueden generar resistencia y no responden más al tratamiento. El otro problema son los efectos secundarios de la quimioterapia que son tóxicos a todo el cuerpo. La nanotecnología lleva la droga al sitio de acción donde se quiere actuar y se evitan efectos adversos. Ya se está comercializando una droga puntual en base a este desarrollo.


-Justamente contaba de Alemania, donde investigó varios años y decidió volver a la Argentina. ¿Cómo es hacer ciencia en nuestro país hoy?


-Tenemos problemas económicos y de otra índole. Por ejemplo en química de materiales los insumos son importados pero también el problema es la burocracia. Nosotros tenemos que hacer todo: desde pensar los proyectos, escribirlos, ir a laboratorios, hacer la parte contable de subsidios, hacer las compras y al final el tiempo para investigar es muy acotado. Perdemos mucho tiempo en todo eso y en Alemania teníamos alguien encargado de estas tareas. Pero, en contraposición, el sistema científico argentino nos da a muy temprana edad un puesto permanente que en Europa no es viable.


-¿En algún momento pensó en seguir investigando en el exterior?


-Para mí, la vuelta nunca fue negociable y con mi marido nos fuimos sabiendo que queríamos volver, y seguir trabajando en la universidad pública, donde nos formamos. Me parece todo un desafío hacer ciencia en nuestro país y es la forma de ayudar a que se salga adelante. En Alemania también descubrí que es difícil investigar siendo inmigrante, más en ese tipo de sociedad tan cerrada.


-¿Se investigan otras temáticas en el exterior respecto a lo que se hace acá?


-No, para nada. Es más, el problema es que estamos atados a la ciencia del primer mundo y como necesitamos publicar en revistas internacionales solemos investigar esas problemáticas y no centrarnos tanto en los inconvenientes que tenemos nosotros. Por ejemplo, en mi área, en nanomedicina, una problemática importante es la enfermedad de Chagas y son muy pocos los grupos en Argentina que estén trabajando en eso.


-¿Se valoró más a los científicos con la pandemia?


-Creo que se comprendió más la necesidad de invertir en ciencia. Muchos creen que salen las vacunas muy rápidamente pero eso es gracias a todo lo que se venía investigando previamente. A la inversión en ciencia hay que sostenerla en el tiempo. Por ejemplo, hay que seguir financiando estudios sobre el Covid para que cuando haya otra pandemia nos encuentre bien preparados.


Señas particulares

Doctora en Ciencias Químicas, María Alejandra Molina tiene 38 años y es investigadora independiente del CONICET en el Departamento de Química de la Facultad de Ciencias Exactas, Fisicoquímicas y Naturales de la Universidad Nacional de Río Cuarto (UNRC). Se perfeccionó en la Universidad Libre de Berlín, con una beca de la Fundación Alexander von Humboldt. Ganadora del Premio Estímulo 2022 de la Fundación Bunge y Born en nanotecnología. Recibió el Premio INNOVAR en 2010 y 2011 y el Premio de la Fundación L`Oréal-UNESCO para mujeres destacadas en la ciencia.

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